«HABRÁ SIDO UN DUENDE».
Cuántas veces habría oído decir aquella frase a mi madre.
―Mamá, no encuentro la pelota… ¿Que qué pelota?… La roja, con la que el otro día rompí la lámpara del salón.
―No sé, habrá sido un duende que se la ha llevado.
―Mamá, no encuentro la flauta… ¿Que qué flauta?… La única que tengo, con la que toco la canción esa que dices que te pone la cabeza como un bombo.
―No sé, habrá sido un duende que se la ha llevado.
Yo siempre había pensado que era una frase hecha. Una forma de hablar de mi madre para decir que las cosas se perdían. Una expresión tal vez de madres suecas, porque mi madre es de Suecia. Por eso, en algunas cosas, es un poco diferente a otras madres de mis compañeros del cole. «Diferencias culturales», dice mi padre. Por ejemplo, me quería apuntar a tiro con arco, pero como en mi cole no teníamos esa actividad extraescolar al final me apuntó de defensa suplente en fútbol sala.
Pero no era una frase hecha o una expresión de madres escandinavas. En mi casa hay un duende de verdad. Acabo de verlo en el cuarto de contadores del agua de mi edificio.
Es un duende que no te voy a decir que es feo, porque esa es una palabra que no se le debe decir a nadie. Al menos eso nos dijo una señora con moño que vino a darnos una charla sobre respeto y tolerancia en el cole. Incluso cuando insistimos y le preguntamos que qué pasaba si el compañero era feo, muy feo o hasta feo de narices, nos comentó que como mucho podíamos decir que la persona era poco agraciada.
Bueno, pues por eso no diré que el duende es feo. Diré que es un duende poco agraciado, pero poco agraciado de narices. Tiene una cabeza como una nuez. El mismo color, el mismo tamaño y hasta las mismas arrugas que una nuez. Los ojillos son redondos, negros y brillantes. La nariz muy larga y afilada. Las orejas son también largas y en punta, y además las mueve como si fueran unas antenas. Va vestido de verde, pero un verde… cómo te explicaría yo… un verde sucio. Y lleva un gorro a conjunto en el mismo color verde sucio con un cascabel en la punta.
Dirás tú: pero la belleza está en el interior. Pero es que este no es un duende de esos majetes que remiendan zapatos mientras el zapatero está durmiendo. Es que este duende se lleva bajo el brazo mi coche teledirigido. Por eso sé que ha estado en mi casa. Un coche genial, por cierto. Todavía no lo controlo bien y se choca contra las paredes y los muebles. Aunque no le pasa nada, ni un arañazo. Al coche, digo, los muebles sí que se llevan algún que otro rasguño.Vamos, que es un ladrón. En lo dura, su cara también se parece a una nuez. Un duende caradura.
En cuanto me ha visto entrar en el cuarto de contadores ha abierto una portezuela de metal que hay en el suelo y que pone «Llave de paso». Se ha metido dentro y ha cerrado de golpe. Bueno, en algún momento saldrá.
Y aquí le estaré esperando yo con mi espada.
Tal vez debiera explicarte por qué entré en el cuarto de contadores con una espada. Yo no entré buscando al duende. No sabía que él estaba allí. Todo tiene una explicación muy sencilla. Lo de la espada también. Te lo cuento:
El lunes, Jorge Pulido llegó al cole con unas orejas de Mickey Mouse. Hace poco su madre le llevó al Parque Warner, y el fin de semana pasado su padre le llevó a Eurodisney. Tiene una suerte tremenda. Pues bien, dice que Mickey Mouse en persona le dio las orejas. Y nos contó que es un mundo mágico y de fantasía, con un montón de atracciones, con desfiles… y que si tal y que si cual.
Jorge Pulido siempre es así. Los fines de semana está con su padre y este siempre le compra algo con lo que impresionarnos en el cole. Después se pasa todo el recreo presumiendo de ello y, claro, no nos da tiempo a echar nuestras carreras de moto GP. Yo había estado practicando con mi moto GP a tomar las curvas alrededor de la mesa del salón. Después del mareo y de la bronca de mi padre, no quería que se pasara la hora del recreo sin lucirme con mi moto GP haciendo curvas con derrape. Tenía que cortar el discurso de Jorge Pulido.
—No sería Mickey Mouse en persona, sería en muñeco… ¿no?
—Pues no. Era Mickey Mouse el auténtico.
—Ya. Y en esas fabulosas atracciones, ¿estaba el gusano loco?
—¿El gusano loco? Pues… no.
—¡Pues vaya rollo de parque de atracciones! ¡Vamos a echar una
carrera de moto GP!
—Brrr —dijo Dani girando su puño, como si estuviera acelerando
una moto.
—Bueno, yo he estado rodeado de personajes mágicos y he subido a unas atracciones que le dan mil vueltas al gusano loco. Además he traído unas orejas de Mickey Mouse que me dio él en persona auténtica. Y tú, Marquitos, ¿con quién has estado? ¿Qué has hecho? ¿Qué has traído? ¿Una moto GP imaginaria?
Algunos niños, los que se estaban pasando las orejas de Jorge Pulido para probárselas, se rieron. Bueno, las orejas de Mickey Mouse,no las de Jorge Pulido, que en mi clase hay algunos muy brutos, pero no tanto.
Yo había estado en casa de mis abuelos y había comido croquetas. Mi abuela hace unas croquetas de jamón y huevo duro estupendas, pero aunque estén riquísimas tampoco era para compararlo con Eurodisney. Respecto a las atracciones, la última vez que me subí en una de ellas fue el año pasado en las fiestas. Fue en el gusano loco, me mareé y acabé vomitando. Además, era cierto que las motos GP eran imaginarias. Aunque el circuito era estupendo, recorría todo el patio y las curvas eran muy cerradas.
Todos me miraban esperando mi respuesta.
—¿Eh?… ¿Yo?… El lunes voy a traer algo con lo que vais a alucinar. ¡Os va a dejar con la boca abierta!
En realidad no tenía nada para competir contra Jorge Pulido ni con que impresionar a mis compañeros. Así que cuando llegué a casa intenté convencer a mis padres. Tenía que hacer algo espectacular ese fin de semana, y además llevar algo al cole.
—Papá, ¿podemos ir al Parque Warner el sábado?
—¿Al Parque Warner? —dijo mi padre sin levantar la vista del portátil—. Estoy yo para pensar en parques warners. ¿No ves que estoy trabajando, hijo?
—Porfa… es que Jorge Pulido ha ido y…
—Ay, Marquetes, qué pesado te pones, hijo. Pregúntale a tu madre.
No quise insistir porque cuando está con sus cosas de contable se pone muy nervioso. Y me fui a ver a mi madre. Estaba podando un bonsái que tiene en la repisa de la ventana. Una madre española, en la repisa de la ventana, a lo mejor pone unos geranios o unas petunias, pero mi madre, como no es española porque es sueca, pues, por diferencias culturales, en lugar de geranios o petunias ha puesto el bonsái. Bueno, y aparte del arbolito diminuto, ha puesto también en la repisa de la ventana una fuente zen. La fuente son unas piedras por las que cae el agua, y se supone que esto relaja. Aunque a mí no me relaja, el sonido del agua me da ganas de hacer pis.
—Mamá.
—Dime, tesoro —dijo sin parar de podar el bonsái de la ventana.
—Que quería ir este fin de semana a Eurodisney —dije Eurodisney, que está en París, en lugar de Parque Warner, que está aquí, en Madrid, porque me había llamado tesoro y eso es que estaba de buen humor.
—¿Y por qué quieres ir a Eurodisney, tesoro?
—Pues para ver a Mickey Mouse…
—Tranquilo, bombón, que vamos a ir a ver a Mickey Mouse.
—Gracias, mami. —Le di un abrazo y ella me dio un beso en la frente.
Dejé a mi madre en el salón contemplando su bonsái podado. Siempre hace lo mismo, se retira medio metro y se queda mirando el arbolito durante un buen rato, a veces hasta horas.
Se me hizo la semana muy larga porque me porté bien todos los días, no fuera a ser que mi madre cambiara de opinión en lo de irnos a Eurodisney. Parecía que el sábado no iba a llegar nunca, pero después del viernes llegó.
—Vamos, tesoro —dijo mi madre con voz cantarina —. Arriba, dormilón. Nos vamos a ver a Mickey Mouse.
Me levanté de un salto. Yo creo que a mi madre le hacía más ilusión ir a Eurodisney que a casa de mi abuela porque a veces mi abuela le cierra los chacras. Oí que se lo decía a papá el otro día: «Tu madre tiene buena aura, pero a veces tiene unas cosas que me cierran los chacras». Lo de tener chacras no es por ser sueca, es porque es profesora de yoga. Hay profesoras de yoga españolas que también tienen chacras.
Cogimos el metro. Se puede ir en metro hasta el aeropuerto, pero debía haberme mosqueado el hecho de que no lleváramos equipaje. Nos bajamos en la parada de Sol. Yo no entendía nada. Caminamos entre un montón de gente, parecía que era Nochevieja, pero de día y sin uvas.
—Pues ahí tienes a Mickey Mouse —dijo mi madre.
Había un Mickey Mouse repartiendo globos a los niños. Lo había visto cientos de veces, pero no era el auténtico. En ese momento tenía la cabeza debajo del brazo. Después, cuando terminó el cigarrillo, se puso la cabeza de Mickey en su sitio, cogió un globo alargado, le dio forma de espada y me lo regaló. Luego se lo cobró a mi madre.
—¿Estás contento? —me preguntó mi padre—. Mira, y además hay personajes que seguro que no están en Eurodisney.
Hombre, contento, lo que se dice contento, no estaba porque pensaba que iba a ir a Eurodisney y estaba en la Puerta del Sol. Aunque mi padre tenía razón, había personajes que seguro que no estaban en Eurodisney. Dora la Exploradora, Bob Esponja… Estos no estaban fumando, pero casi seguro que tampoco eran los auténticos.
—No pongas esos morros —me dijo mi padre—. Mira, te voy a dar unas monedas para que se las eches a las estatuas vivientes. Verás qué divertido.
Las estatuas vivientes son unas personas que se quedan muy quietas, pero si les echas dinero en una lata que tienen a sus pies, se mueven. Mi padre rebuscó en su bolsillo y sacó unos pañuelos de papel usados, algunas monedas y una piedra de río que yo le regalé para el día del padre hace unos años, y que es muy bonita porque es redonda, blanca, brilla y además es una piedra de la suerte, y por eso siempre la lleva con él. Mi padre cogió algunos de los céntimos que había sacado y me los dio.
Iba a echar las monedas a la estatua, pero un señor se las echó antes que yo. La calderilla sonó en la lata y el vaquero plateado desenfundó, apuntó con su pistola y se volvió a quedar quieto. Ya había visto cómo se movía, así que me guardé el dinero en el bolsillo. Además, seguro que si le echo las monedas vuelve a enfundar el revólver y esa es una pose mucho menos vistosa para un vaquero.
Después fuimos a una de esas tiendas que tanto le gustan a mi madre. Tenían velas aromáticas de rosa mosqueta, de limón, de aloe vera, pantalones bombachos, babuchas, que son unas zapatillas que terminan en punta enroscada, barritas de incienso de sándalo y de eucalipto japonés, que es un eucalipto que huele parecido al sándalo (por si no lo sabes, el sándalo huele a humo), fulares morados y amarillos deshilachados en las puntas, sales para el baño relajantes y otras para tus noches más románticas…
Entre el olor a tutti-frutti que se formó de la mezcla de perfumes de la velas aromáticas, el incienso y las sales de baño, y unas campanitas que tintineaban cada vez que alguien abría la puerta de la tienda, me entró un mareo increíble. A mi padre le dio mucha pena ver a su hijo, que soy yo, hundido en un puf hindú multicolor medio inconsciente y dijo: «Este niño no tiene buen color».
Y él y yo nos fuimos a una terracita de un bar en la que pegaba un solecito de primavera muy rico y en la que había extranjeros con pantalones cortos. Mi padre se tomó una caña y yo mi helado preferido, el de dos bolas. Chocolate y frambuesa. Me comí las patatas fritas que le habían puesto a mi padre con la cerveza porque tenía que recuperarme de mi mareo. Como soy ambidiestro comí a dos manos, en una el helado y en la otra las patatas fritas.
Al día siguiente, aunque era domingo, mi padre se fue de viaje de negocios a Berlín. Allí, una profesora les iba a enseñar cómo funcionaba el Contaquiz 2.0 a todos los contables de Europa, el lunes a primerísima hora alemana.
Empecé a ver la carrera de Moto GP en la tele yo solo, sin mi padre. Mi padre nunca ha tenido moto, ni se ha subido nunca a ninguna, pero le gustan mucho las carreras. Ver la tele sin él no es lo mismo, es mucho menos educativo. Algunas veces se le escapa alguna palabra malsonante, pero enseguida me explica que eso no se dice, y así pues voy aprendiendo. Me estaba aburriendo como una ostra.(Ostra, si es que te aburres como una ostra, está bien dicho; pero si es, por ejemplo: «¡Ostras! ¡Qué adelantamiento!», está regular.)
Así que decidí bajar al parque de la urbanización. Me encanta este parque porque muchas veces me he encontrado tréboles de cuatro hojas cerca de la piscina de los pequeños. Es una piscina que no cubre y que siempre tiene el agua muy calentita, aunque yo ya no me baño allí porque tengo ocho años, casi nueve.
Le quería enseñar la espada que me había dado el Mickey Mouse fumador a mi amigo Dani. La espada no estaba mal, pero era un poco infantil, yo creo que no podía competir con las orejas de Mickey Mouse de Jorge Pulido. Y mi día por la Puerta del Sol había estado bastante bien porque había comido un helado de chocolate y frambuesa con patatas fritas y además tenía unas monedas en el bolsillo, aunque creo que esto tampoco podía competir con un fin de semana en Eurodisney. Pero quería comentarlo con Dani para tener una segunda opinión.
A Dani le conozco desde la guardería y es el chico más listo del mundo. A él no le gusta decir que es listo porque es muy modesto, él dice que es intelectual y que por eso lleva gafas. Yo le digo que vaya a esos concursos de la tele en los que puedes ganar muchísimo dinero si no te caes tú o el dinero por un agujero. Yo iría como público para animarle, pero me comenta que no tiene todavía la edad legal para ir. Es una lástima que Dani tenga una edad ilegal, porque yo ya tenía algunos planes con mi comisión como animador.
Pero no llegué a salir hacia el parque porque en el portal escuché un cascabel en el cuarto de contadores. Pensé que sería la gata de la vecina del cuarto. Es una gata un poco gruñona, salvo con mi madre y conmigo, que tenemos mucha mano con los animales. Tal vez se había escapado.
Y por eso entré en el cuarto de contadores con una espada, bueno, con un globo con forma de espada, para intentar recuperar a la gata. Pero tú ya sabes que no me encontré a la gata, sino al duende con cara de nuez. El cascabel era de su gorro.
Yo creía que el duende saldría al ratito porque estaría incómodo entre las tuberías. Pero pasó el ratito y no salió.
Así que empuñé mi espada, me armé de valor y abrí la portezuela del suelo que pone «Llave de paso». Había un gran charco. Se debían de haber roto las tuberías. Aunque era un charco raro porque brillaba y me veía como en un espejo, pero deformado.
Pensé que el duende debía de estar allí, sumergido con los mofletes hinchados de aire abrazado a mi coche preferido, y metí la mano. No me mojé. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo y el charco me tragó como si fuera un aspirador superpotente y yo una miga de pan. Me rodearon una luz brillante y un zumbido fuerte. Unos segundos después caí en un suelo esponjoso y blanco.
No me había hecho ni pizca de daño, pero estaba un poco mareado. Me di la vuelta y me quedé panza arriba. Abrí una boca muy grande para destaponar mis oídos y cerré y abrí los ojos varias veces, me picaban mucho.
Encima de mi cabeza, flotando en el aire, estaba el charco. Ahora no era como un espejo, se podía ver al otro lado el cuarto de contadores. Después, el charco se convirtió en un remolino y desapareció.
Giré la cabeza a la derecha. El duende me miraba burlón con la cabeza ladeada. Estiré el brazo para atraparlo, pero se me escapó de entre los dedos y huyó como una rata. Corrió, se montó encima de una oca. La oca graznó, batió las alas un par de veces y se fue volando.
Me puse de pie y comencé a caminar. Mis pies se hundían y el suelo se me pegaba a las zapatillas como si fuera algodón dulce de los que venden en las ferias (al menos en las ferias a las que yo he ido, no sé en las de Jorge Pulido).
Estaba encima de una nube. Flotando en el cielo.
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Fotografía: Imagen: «Tragabolas en la Puerta del Sol» de multisanti (Santiago Díaz) from Santiago de Compostela, España – Tragabolas en la Puerta del Sol. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 2.0 vía Wikimedia Commons – http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Tragabolas_en_la_Puerta_del_Sol.jpg#mediaviewer/File:Tragabolas_en_la_Puerta_del_Sol.jpg